Del temporal de nieve que ha dejado incomunicada media provincia de Girona por falta de electricidad,
o tras el mes largo que Andalucía ha permanecido sumergida bajo el agua, desastres ambos sufridos en propia
carne o muy cercanos a nosotros, quizás seamos capaces de comprender algo mejor la auténtica dimensión de la
tragedia que ha azotado Haití o Chile recientemente, aunque sólo la hayamos "vivido" a través
de la televisión.
Buen momento también para la reflexión, la autocrítica y una profunda revisión del papel de
los radioaficionados en la sociedad civil: ¿tenemos que presentarnos voluntarios en estos casos, esperar que
nos llame la "autoridad competente" o escondernos hasta que amaine la tormenta política?
Hace un par de meses, leíamos atónitos como los componentes del Radio Club Dominicano, que cruzaron la frontera de
Haití para montar repetidores y equipos de comunicación, tuvieron que volver a prisa y corriendo a su país, ya que el
convoy en que viajaban fue tiroteado.
Si bien los ocho radioaficionados resultaron ilesos, hubo que lamentar un muerto entre los integrantes del grupo del
que formaban parte.
Por otra parte, varias webs internacionales de radioaficionados se han hecho eco del artículo aparecido en
Le Monde (12/3/2010), titulado
"Chile:
el terremoto ha sacado a la luz los síntomas del malestar social", donde Jean-Pierre Langellier, corresponsal de
este rotativo en América del Sur, deja entrever que:
En una entrevista en el diario El Sur, José Antonio Viera Gallo, Secretario General de la Presidencia de la República,
reconoció que él mismo no había podido comunicarse con las autoridades de las zonas afectadas durante "varios días".
En este sentido, los clubes de radioaficionados se quejan de que nadie ha pensado en utilizar sus servicios.
Estas graves deficiencias son aún más sorprendentes en un país con una larga memoria sísmica.
El Sr. Piñera se ha comprometido a la reforma de arriba a abajo y modernizar todos los procedimientos de alerta.
En España, convencidos del alto grado de civilización y modernidad a nuestro alcance, hemos sufrido un importante
revés, sobretodo en nuestro amor propio, puesto que, afortunadamente, el número de víctimas mortales ha estado
infinitamente muy por debajo de los dos casos anteriores, pero la indignación y la protesta social han tenido muchísima
más repercusión mediática.
Aquí no se trataba tanto de la lucha por la supervivencia, sino de la pérdida de los bienes materiales, fruto de toda
una vida de trabajo, o de la rebaja del nivel de confort: sin calefacción ni agua caliente con temperaturas bajo cero,
pero también sin televisión, móviles ni internet a los que estamos tan acostumbrados (¿dependientes?).
¿A alguno de nuestros políticos se le ha pasado por la cabeza acudir a los radioaficionados para compensar los déficits
de comunicación? ¿Hubiera supuesto esto reconocer la falta de previsión de los propios estamentos políticos y las
carencias de diseño de las infraestructuras de las que tanto alardean? ¿Ha sido un pecado de soberbia?
Pero, por otro lado, ¿hubiéramos estado preparados los radioaficionados para una responsabilidad de este calibre?
¿Dónde estaban aquellos que a la más mínima oportunidad salen por TV alardeando de capacidad o nuevas tecnologías?
¿Y nuestros amigos de los walkie-talkies y chalecos fosforescentes?
¿O los grupos de radio especializados en emergencias? Porque según todas las webs y blogs que sobre este tema hemos
consultado estos días, alguien podría pensar que aquí tormenta no ha habido y lo único importante fue la última
comilona celebrada hace ya algunos meses.
De verdad que nos hubiera gustado poder
contar aquí
algunas anécdotas de casos reales con final feliz acaecidos durante
estos sucesos y que no descartamos, ojalá, poder añadir una vez pasado el fragor de la batalla.
Mientras, sólo nos queda confiar en que nuestra solidaridad siga intacta y sirva para ayudar a los colegas
radioaficionados de otros países que, como Chile, tienen un panorama más desolador y una mayor necesidad de apoyo y
de recursos para recuperar la normalidad.